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Semblanza de un hombre bueno: Antonio Castillo Martínez

Antonio Castillo
 
Antonio Castillo
El profesor y antiguo director del Centro Universitario de Mérida ha fallecido en Madrid el pasado 5 de julio

 

  • Alumno de la Escuela Universitaria Politécnica de Mérida entre los años 1983 y 1988
  • En ese mismo año fue becario en la EUP, y después Analista.
  • Desde el 1 de noviembre de 1989 hasta la fecha profesor de la EUP y después de la UEx.
  • Ha ocupado los cargos de Jefe de Estudios (1989), Subdirector de Ordenación Académica (1992), y Director de la EUP desde el 20 de noviembre de 1996 hasta el 31 de agosto de 1998, y Director del Centro Universitario de Mérida desde el 1 de octubre de 1998 hasta junio de 2004.
  • Desde entonces siempre ha participado activamente en la vida académica del Cum, desde la elaboración de los nuevos planes de estudios, la pertenencia a comisiones de calidad como Coordinador del Grado en Telemática.

 

Semblanza redactada por José Miguel Coleto Martínez

Con buen talante encaró la vida. Con buen talante se enfrentó a su rara y esquiva enfermedad -tranquilizando siempre a la familia y a los amigos- y con buen talante encaró su última batalla. Batalla de un corazón joven contra el maldito mal. Y es que esencialmente Antonio Castillo era un hombre de buen talante.

El buen talante adornaba todas las facetas de su vida. La profesional que ejerció durante una gran parte de su corta vida, como profesor de la antigua Escuela Universitaria Politécnica de Mérida, de la que fue durante muchos años director y artífice de la adscripción de este centro a la Universidad de Extremadura, integrándose en el Centro Universitario de Mérida (CUM) que también dirigió. Recuerdo, siendo yo director de la Escuela de Ingenierías Agrarias por entonces y coincidí con él en la Junta de Gobierno de la Universidad, cómo se enfrentó a las dificultades que surgieron durante el proceso de integración. Muchos profesores y personal de administración y servicios del CUM de entonces deben su posición actual, además de a los méritos personales de cada uno, a su forma hábil, honesta, sencilla, sin dobleces y también extraordinariamente eficiente de negociar. Siempre con una sonrisa. Siempre con un buen gesto, la palabra adecuada al momento adecuado.

Pero era en el ámbito familiar y con los amigos, donde su bondad, libre de convencionalismos profesionales, se expresaba de manera más intensa y genuina: el cariño y la dedicación con la que atendió a su padre, como también lo hicieron sus hermanos, en su larga y penosa enfermedad; el cariño con el que, muy manitas él, atendía a los requerimientos de amigos y familia para que les resolviera cualquier problema doméstico. El cariño que daba y recibía de sus amigos: los del arbitraje, los del pádel… Por último, el cariño hacia su familia más directa: su mujer Violeta, a la que idolatraba y sus hijos a los que adoraba.

Esta semblanza no quiere derivar hacia tonos demasiados sensibleros pero seguro que no piensan así los cientos de amigos y familiares que acudimos a despedirle el otro día para dar testimonio del amor que le profesamos en ese caluroso día para tan calurosa despedida. Hasta siempre y con el cariño de siempre y en nombre de todos.