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Aula Magna 11

EL VELO ISLÁMICO



  • Faustino Lobato Delgado

      Parece ser que en alguna comunidad autonómica el final del Ramadán ha estado salpicado por ciertos problemas sobre el velo islámico. ¿Un brote de etnocentrismo o una “noticia” -despiste- de cuestiones políticas de fondo? Lo cierto es que vuelve a repetirse el dilema sobre la presencia en la escuela pública de niñas de cultura islámica con velos o sin ellos.

      En España no hay nada regulado al respecto, como lo tienen Francia o Inglaterra. Aquí, cuando hay que tomar una postura o zanjar la discusión sobre este asunto se mira, como una tabla de salvación a las ínfulas libertarias de cualquier “snob” que no sabe realmente más que contemporizar o hacer políticas populistas. Ahora bien, donde verdaderamente hay que atender es a descubrir esta cuestión del velo (hiyab) de la propia cultura.

      De entrada este término, el “hiyab”, con el que se designa el velo islámico en realidad significa “esconder”, “ocultarse”, “separarse”. Dicho así, para cualquier sensibilidad occidental este término es difícil de asumir y, sobre todo, cuando contextualiza el ámbito de la mujer.

      Sin embargo, mal que pese, esto no es exactamente así: En el mundo islámico, la mayoría de las mujeres, saben que el velo es algo más que un signo, es una postura de intransigencia masculina. Además, saben también que este aferramiento a las costumbres, como la del velo, acendrada antes del nacimiento del Islam, descontextualiza el sentido de
este asunto, basta ver algunas suras (capítulos) del Corán.

      Así, en capítulo 33,53 se indica: “Y cuando les pidáis algo a ellas hacedlo detrás de un velo; es más puro para vuestros corazones y para los suyos”. En este texto, la palabra “velo” alude claramente a una “cortina” y no a una prenda.

      En otro punto del Corán (33,39), se dice: “Profeta: di a tus mujeres y a tus hijos y a las mujeres de los creyentes que se ciñan sus velos. Esa es la mejor manera de que sean reconocidas y no sean molestadas”. La palabra que aquí se suele traducir por “velo”, es en realidad “ylaì”, es decir chilabas o túnicas.



      Después de esto ¿qué hacer? ¿prohibir o trabajar con las personas de esta subcultura? Es importante que se pierdan los recelos por una parte y descubran, como en una especie de Ilustración, el sentido benéfico que la actitud laica de occidente les aporte en la vida ordinaria sin que por ello dejen su fe o sus costumbres en el ámbito privado.

      Visto así, por parte de profesores y agentes sociales ¿se impone un trabajo de mediación? A lo mejor sí.

      Hay mucho inmigrante que necesita saber, fuera de connotaciones que se aproximan al fundamentalismo, que estar en occidente tiene también su riqueza, no sólo la económica. Hacer concesiones gratuitas, a favor de no se qué historias de “tolerancia” es hacer que los intolerantes pisoteen el terreno ya ganado. No se puede permitir que signos machistas se impongan en una sociedad occidental.

      Además, hay que hacer verdad en ese sentido solidario con la labor, por el momento impotente, de muchas mujeres de religión islámica a favor de los derechos humanos en su intento de cortar con las imposiciones matrimoniales o las castraciones innecesarias (ablaciones). Por este motivo, permitir que la “moda” de la tradición del velo gane terreno no favorece a nadie.

      Es correctamente político decir que es muy importante “no ser tolerantes con los intolerantes” y sí mostrar con claridad a los emigrantes de cultura islámica los beneficios de nuestra cultura occidental enraizada en el Estado de Derecho.