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Aula Magna 16

NOSOTROS, LOS MAYORES



  • Antonio Medina Díaz
Nadie es tan viejo como para no esperar
tener derecho al menos a otro día de vida.

 
      Actualmente se envejece más lentamente y la que se ha considerado llamar tercera edad- ¿se pertenece a la tercera edad o solamente somos mayores?- parece haber ganado unas décadas de vida. A diferencia de otras épocas, hoy las personas se mantienen saludables más tiempo retrasando el momento en el que la salud comienza a faltar. Buena parte de las razones del cambio se deben a una mejor nutrición y a una serie de avances médicos que permiten a los habitantes de los países desarrollados, prevenir y resolver problemas de salud como nunca anteriormente se había conseguido.

      La vejez, parte integrante de nuestra vida, no empieza cuando el pelo comienza a escasear ni cuando uno advierte cierta merma de vigor físico, sino cuando el espíritu se despoja de proyectos e ilusiones y se reconoce a sí mismo como un resumen de recuerdos confusos.

      Hoy nadie quiere ser viejo. El viejo modelo de persona mayor condenada al despersonalizado apodo de “abuelo” está en desuso. Era el viejo modelo de viejo que quedó finalmente en el olvido. Ahora nos encontramos en la nueva tendencia del mundo de los mayores, de los adultos mayores.

      Hay gente, cada día en mayor número, que decide plantarse en determinada edad a fuerza de una cuidada alimentación, cirugía -¿van juntas la salud y la estética?-, ejercicio, maquillaje y una adecuada vestimenta en un intento de recuperar parte de la belleza que se llevaron los años, llevados, sin duda, por el prejuicio sobre la ancianidad, que es tan fuerte, que nadie quiere llegar a esa etapa de la vida de la que no nos vamos dando cuenta hasta que nos acercamos a ella. Cuando te denominan señora en lugar de señorita, caballero en lugar de joven o abuelo o abuela son matices que demuestran que las cosas han cambiado que suele ser cuando comienzan a aparecer las primeras canas y las arrugas a servir de preocupación.




      En una sociedad que exalta y glorifica la juventud, hemos de pensar que también es valorable la experiencia, aunque no se la tenga en cuenta a buena parte de la gente mayor. Una persona mayor es un individuo como otro cualquiera, salvo que alguna dolencia que desde el punto de vista físico o mental le incapacite, que es capaz de hacer de todo. A cierta edad se puede pintar, viajar, escribir, investigar, aprovechar las ofertas que nos brinda la jubilación, hacer grandes proyectos y disfrutar de la vida. Sin nada que perder, sin cargos que desempeñar, sin jerarquías, sin privilegios, sin pasiones, la mayor parte de los mayores se encuentran en una fase en la que pueden decir todo lo que piensan, asumiendo todo lo que sienten.

      Los mayores se han convertido es una población creciente, poderosa como fuerza social por su número. Constituyen un colectivo heterogéneo, que abarca desde el recién jubilado hasta el anciano. En los últimos 50 años se triplicó la cantidad de mayores de 65 años en el mundo: hoy son 500 millones de personas y para dentro algunas décadas, los adultos mayores pasarán del 20 por ciento de la población. Representan también un estrato cultural por sus conocimientos, económico por sus recursos-aunque no en muchos casos-; político por sus votos-más de ocho millones en nuestro país- con grandes posibilidades de intervención y ético por su carencia de compromisos. Es decir, los mayores se han convertido en una población creciente, poderosa como fuerza social por su número, cultural por sus conocimientos y económica por su consumo aunque existen todavía grandes sectores sociales desfavorecidos.

      Cierto es también que no es nuevo esto de decir una edad por otra cuando se ha traspasado la mitad de la vida o se cumplen más años –me he parado en los cincuenta, ya no cumplo más- se oye decir alguna vez, como una fobia a seguir cumpliendo años y avanzan las décadas y se van tomando distancias de la juventud que se soñó eterna y no lo era.

      Hay fórmulas, al menos en teoría, que escuchamos a diario, que son factores protectores del envejecimiento, entre ellos el entusiasmo por las cosas, la autoestima y la aceptación de los cambios con buen humor y deseos de vivir. También los hay que conducen al ocaso, como la marginación social y afectiva y que, por otro lado, según dicen los científicos, el envejecimiento se ve acelerado por un exceso de producción de los denominados radicales libres, por la contaminación atmosférica, la mala alimentación, el estrés y el tener un carácter negativo de la vida como la falta de ilusión.

      Lo que debe quedar claro es que la sociedad tendrá que ir arbitrando los recursos necesarios para hacer frente a las necesidades de todo tipo que cada día, y en mayor número, van a ir planteando estos jubilados a los que habrá que habrá que ofertar posibilidades de obtener un envejecimiento saludable que implica mantener las funciones físicas y mentales mediante el aumento de la calidad de vida y la cantidad de años de vida, dotándoles de cuidados domiciliarios cuando lo precisen, atención a los hogares día y noche, teleasistencia, residencias de mayores para aquellas personas que elijan esta forma de vida.

      Las generaciones venideras vivirán más tiempo aprovechando los años en un legado de esperanza. Siempre queda el futuro por delante, aunque se haya dicho que es algo indeterminado e indeterminable pero que se construye cada día, con metas lejanas-las utopías-, y el esforzado quehacer diario.